Es domingo. Pero eso no va a cambiar nuestros planes de quirófano. Enrique, el urólogo del equipo, tiene hoy 15 circuncisiones programadas. Sí, 15, lo habéis leído bien. Habrá que echar una mano, ¿no?Para la mayoría de etnias de Guinea Bissau, es muy importante la circuncisión en los hombres. Desde un punto de vista sanitario, en un país donde la gonorrea y otras enfermedades de transmisión sexual están tan al orden del día, también es algo bueno, pues previene en cierta medida el contagio. Pero lo cierto es que aquí, la circuncisión es algo culturalmente muy arraigado y se suele hacer de una manera muy “drástica” (lo siento, pero esta palabra no lo acaba de definir bien).Cada cierto tiempo, un hombre (llamadle brujo, instructor, iniciador… como queráis) vestido de una manera tradicional (que impone mucho, os lo aseguro) va por las tabankas o aldeas para hacer el “fanado” o circuncisión a los niños de 6 a 9 años que no la tengan hecha. Así, se lleva al grupo de niños que toca y se lo hace en el “mato” o bosque. A cuchillo, sin anestesia, sin antibióticos, sin calmantes, sin higiene… El resultado, os lo podéis imaginar: hemorragias, infecciones, dolor… en demasiadas ocasiones acaba con la muerte del niño o con secuelas graves. Ahora, pensad que más de la mitad de los niños que hoy va a operar Enrique son seropositivos o HIV. Todos los niños que se hubieran hecho el “fanado” con ellos podrían haber quedado también infectados. Es muy duro de pensar, os lo aseguro, muy duro.
A media tarde, los quince pequeños duermen tranquilos: con sus calmantes, sus antibióticos, sus curas, sus cuidados, sus médicos, sus enfermeras…¡como debe ser!
Ha tocado el momento de los tumores. Tenemos una mujer con uno abdominal y una chica con uno en el pecho. Sólo podemos desear que sean benignos, porque cuando los saquemos, no los podremos analizar. De todas maneras, no tendría demasiado sentido analizarlos si el país no dispone ni de quimioterapia ni de radioterapia. Así es la sanidad de un país del tercer mundo (aunque ahora ya no es políticamente correcto decir: tercer mundo).
La chica está especialmente asustada. Nos mira nerviosa y por más que intentamos calmarla, es complicado hacerle entender que todo va a ir bien. Jorge, su habilidad con los calmantes y las palabras de Joana consigue que se duerma tranquila. Sacamos el tumor y salimos a hablar con la familia. Como era de esperar todos están contentos. Lo que nos chocó fue su siguiente petición: “podemos verlo?” Por un momento pensé que se referían a la paciente. “No, no… el tumor”. Y sí, toda la familia fue a ver el tumor. Pero la cosa no acabó aquí. Llamaron al resto de la familia: la tía, la abuela, la hermana, la prima… y fueron pasando a lo largo del día a ver “el tumor”. Si hubiera tenido tiempo me hubiese quedado a preguntar porque era tan importante, pero llegó una nueva urgencia: otra cesárea.
Si hablara como cirujano, podría decir que la cesárea fue bien. La madre estaba bien y el niño no sufrió al nacer… pero no nació sano, sino con espina bífida. El rechazo de la madre fue casi inmediato y el del padre igual. Nos sentamos con ellos. Hablamos, explicamos, razonamos… y conseguimos que la madre lo cogiera y se lo pusiera al pecho. El niño se agarró con todas sus fuerzas.
Salgo de la habitación esperanzado. Pero Isabel, la directora del orfanato, me mira silenciosamente con el gesto torcido. Leo sus ojos y se me encoge el corazón.
– Lo traerán al orfanato ¿verdad? – le pregunto.
Sonrie con tristeza y contesta,
– no es lo peor que le podría pasar. Espero que no, que cuando la mamá llegue a casa la familia los acoja bien, pero sino… aquí lo cuidaremos bien, ya lo sabes.