Ayer nos íbamos a dormir con la noticia de unos implantes mamarios defectuosos que se rompen con más facilidad de lo que debería. De hecho la rotura de una prótesis es un incidente posible, aunque no suele ocurrir y, de hecho, el porcentaje de casos en los que se da esta circunstancia es ínfimo: menos del 0,03% de media (aunque mi experiencia como cirujano plástico indica que algunas prótesis están aún por debajo de ese ínfimo porcentaje).
El Ministerio de Sanidad Español recomienda a los pacientes que fueron implantados con prótesis Poly Implants que acudan al centro donde fueron intervenidos para “planificar un seguimiento correcto” y recuerda la necesidad de “reforzar el seguimiento médico, mediante ecografías anuales”, para comprobar el estado de este producto sanitario.
Pero estas prótesis antes de llegar a las manos de un cirujano, y por supuesto, antes de llegar al pecho de una paciente pasaron por una evaluación estricta y concienzuda por parte Agencia Francesa de Seguridad Sanitaria de Productos de Salud, en una primera instancia -pues son prótesis galas- pero también por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) que fue quien autorizó su uso en nuestro país.
Ahora a los cirujanos plásticos nos exigen que reforcemos el seguimiento médico de las pacientes que hayan sido implantadas con ese producto. Pero, ¿no sería mejor exigir a la AEMPS que realizara un seguimiento exhaustivo de los productos que autoriza? Pues el problema viene porque los implantes se acabaron fabricando con un gel de silicona distinto al que había sido evaluado y aprovado por las autoridades. Cuando llega un producto al mercado, los médicos confiamos en que la AEMPS lo ha testado, probado y estudiado, y por eso se utiliza.
No es la primera vez que esto sucede. Ya pasó algo parecido hace algunos años con los implantes de soja. Creo que debemos aprender de nuestros errores y reflexionar sobre si debemos o no ser más exigentes a la hora de autorizar un producto sanitario o no.