He leído un artículo y resulta que la mayoría de nosotros vivimos cansados. No en el sentido metafórico “cansados de la vida”, sino en el sentido físico de la palabra: dormimos poco y mal, por lo visto mucho peor que nuestros abuelos (una hora menos de media) e increíblemente menos que nuestros bisabuelos que se levantaban con el alba y se iban a la cama con el anochecer.
La técnica, la informática, la televisión… nos cansa y lo hace no dejándonos dormir bien y desvelándonos cuando en realidad deberíamos estar contando ovejas. Nos llevamos a la cama los problemas del día a día: la hipoteca, las notas de los niños, la bronca del jefe, las cuentas que no cuadran… pero además vemos la tele en la cama, enviamos e-mails o SMS desde entre las sábanas.
Nos dicen los expertos que esta falta de descanso nocturno afecta cerca de un 20 % de la población y más a las mujeres que a los hombres. Y esto a la larga acaba afectando a la vida familiar y a la salud física y mental.
Y es que descansar poco o mal nos amarga la vida: nos cuesta concentrarnos, tenemos menos paciencia, estamos más irritables y padecemos ansiedad. Y por si fuera poco, también nos complica la salud, pues además del estrés, nos puede producir problemas de obesidad o de diabetes. Y para los que se interesan por su belleza exterior, dormir poco afecta a la piel perdiendo luminosidad, elasticidad y capacidad de recuperación, por lo que además podemos tener un aspecto envejecido o malhumorado.
Ya nos lo decía la Familia Telerín “vamos a la cama que hay que descansar”, no decían nada de enviar SMS o ultimar una reunión por mail. Es fácil explicar lo que hacemos mal, que dormimos poco, que las preocupaciones nos desvelan, pero es difícil ponerte el pijama, ahuecar la almohada y echarte a dormir sin dar mil y una vueltas a lo que te ha pasado durante el día y a lo que se te ha escapado. Lo confieso, soy de los que envía mail a las dos de la mañana o repasa la agenda para comprobar que no se me olvida nada.