Esta mañana me he despertado con el sabor amargo de una noticia que ya augurábamos desde hace algún tiempo: Vicente Ferrrer ha muerto.Y sólo he podido levantar la taza del café y dedicarle un brindis imaginario, como el torero que mira al cielo alzando su montera.
No tuve la ocasión de conocerle personalmente, pero sí de forma indirecta en muchos otros aspectos. Por eso hoy puedo afirmar, sin miedo a ruborizarme, que se nos ha ido un gran cooperante, un gran luchador, un trabajador incansable… una gran persona.
Ferrer construyó un proyecto personal y consiguió que millones de personas creyeran en él. Otro, en su lugar, cuando lo echaron de la India, después de llevar 8 años trabajando allí, se hubiera rendido, pero él no paró hasta conseguir volver y hacer crecer todo lo que había sembrado.
A un buen puñado de indios no le hacía gracia que este hombre delgaducho y pálido se dedicara a trabajar con los más pobres entre los pobres, los “dalits” o intocables. Pero él ha ofrecido una vida mejor para más de dos millones y medios de personas. Y no sólo eso, también ha conseguido que desde España nos implicásemos en un proyecto que parecía tan lejano.
Ahora lo que todos esperamos es que su proyecto y su filosofía de actuación siga siempre viva para hacer realidad cosas tan maravillosas como las que consiguió Ferrer en vida.
En estos casos se suele decir: “que descanse en paz”, pero conociendo la trayectoria de este gran hombre, lo de “descansar” no lo tengo tan claro.