Dicen que cuando vuelas de noche, es muy difícil saber dónde estás porque todas las ciudades brillan con la misma intensidad. Pero cuando sobrevuelas Bissau, no hay posible confusión: apenas hay luces en la ciudad. Sólo algunas y discretas bombillas brillan en el centro de la ciudad: son los pocos afortunados que tienen un generador.


Y así llegué yo, a las dos de la madrugada, entre un calor sofocante (37ºC) y las ganas de ponerme a trabajar lo antes posible. Y no me hicieron esperar: a las dos horas de aterrizar, cuando aún intentaba aclimatarme y mientras me lavaba los dientes, me avisaron: a correr que hay una urgencia.
La urgencia era un parto de una mujer fula, es decir, una etnia en la que el médico sólo puede mirar a la mujer a la cara y que no empujan ni a la de tres. Al final, todo salió bien y la criatura, que como marcan las tradiciones aún no tiene nombre, está muy bien.
El resto del sábado fue para acabar de adaptarme a la nueva y sofocante temperatura y para saludar a los críos del orfanato y repartir caramelos.
Pero el domingo ya nos hemos puesto manos a la obra limpiando a fondo y con lejía los dos quirófanos (aquí todos tenemos que echar una mano), poniendo a punto las esterilizadoras, testando las máquinas… y mirando en el almacén lo que podríamos necesitar junto con lo que hemos traído.
Mañana lunes empiezo a operar y sólo yo sé la ilusión que me corre por cada poro de mi piel.