Hoy todo el día y probablemente todo este viaje, lo dedique a los niños. Diogo, es el siguiente niño que vamos a operar. Me cuenta la madre que tiene un tumor en el cuello, que le dificulta para comer. Al empezar a explorarlo percibí que también respiraba con dificultad. El cuello se estaba ulcerando. Miré a Alberto. Asintió con la cabeza.
– ¡Cuidado Iván!……Puede tener la tráquea desplazada y no tenemos medios para una incubación difícil.
– Lo sé.
– ¿Ves otra solución mejor?
– No.
– Pues vamos Alberto, no dudo ni un segundo que lo conseguirás.
Dicho y echo. Efectivamente fue una intubación difícil…muy difícil. Pero tenía plena confianza en Alberto. Yame tiene acostumbrado a ello. El tumor era más grande de lo que había previsto y rodeaba los grandes vasos del cuello. En cirugía un milímetro es mucho. Pero aquí muchísimo más… por la falta de medios, algo como una simple transfusión, simplemente no se puede hacer. Por ello cualquier sangrado, cualquier descuido tiene una repercusión enorme. Y sin embargo: todo ha ido bien. Al despertar lo único que pide el chico es comida. ¡Buena señal!
Jonás, Onorio y Raúl fueron los siguientes. Quemados. Siempre hay quemados. Siempre hay manos quemadas. Sufrimiento congelado en posiciones de manos imposibles. Manos que no cogen y quieren coger. Manos que no juegan y quieren jugar. Manos que no acarician y quieren acariciar. Manos sin futuro. Niños sin futuro.
Por ello es muy importante dedicar siempre una parte de los viajes a los niños quemados. Pensad que la falta de energía eléctrica hace que todo, desde la iluminación, hasta la cocina, se haga con fuego. Y los niños, aquí, también son niños… inocentes, traviesos, juguetones….víctimas.