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En mayo de este año salieron al mercado, pero sólo estaban destinadas a desarrolladores profesionales de aplicaciones. Eran las Google Glass, unas gafas que parecía que se iban a convertir en una aplicación más. Pero la semana pasada, la noticia de que este sistema se había utilizado para impartir, desde un quirófano, una clase magistral a cientos de alumnos repartidos por todo el globo terráqueo, hizo que me interesase por este sistema y por la inmensa puerta que nos abre en la enseñanza y la evolución de distintas técnicas quirúrgicas.

Porque permiten, no sólo explicar y ver la cirugía en su conjunto (cosa que ya podemos conseguir gracias a internet desde hace años), sino, sobre todo, que el espectador puedan vivirla con los ojos del cirujano (pues es desde allí desde donde se transmite), que pueda ver, no sólo cómo se lleva a cabo la intervención retransmitiendo desde una zona del campo quirúrgico, sino como la mirada del cirujano recorre, reconoce e identifica cada paso de la técnica. Pero además, existe intercomunicabilidad, es decir, los alumnos pueden preguntar, sugerir o ayudar al profesor y que éste pueda contestarles en el mismo momento del acto quirúrgico. Ahora cabe esperar conocer mejor algunos detalles de estas gafas, como por ejemplo si dificultan la visión del cirujano, si la calidad de imagen es buena, si la velocidad de enfoque es tan rápida como la del ojo…

Aunque no es algo novedoso, convertir el quirófano en un aula siempre es algo que puede llegar a mejorar mucho la formación de todos los médicos, ya sean alumnos o consagrados eruditos porque, en esta profesión como en muchas otras, nunca debemos dejar de aprender. Eso es lo que me llevó a colocar cámaras, accesibles desde internet, en los quirófanos inteligentes que, cumpliendo las previsiones, inauguraré antes de finalizar este año: la posibilidad de que compañeros y alumnos de cualquier parte del mundo pudieran conocer ciertas técnicas sin la necesidad de realizar un costoso traslado, que no siempre se pueden permitir. Aquí lo novedoso, el avance real está en que los alumnos reciben la clase no por boca del cirujano, sino a través de sus ojos, de su mirada. Desde el otro lado de la cámara se puede llegar a seguir paso a paso el pensamiento del cirujano cuando opera, ponerse en la piel del especialista cuando realiza la técnica. Sin embargo, estos avances no deberían nunca entorpecer la visión de los que operamos -y eso espero que consigan estas gafas-, en aras de la formación, ya que necesitamos tener una visión perfecta del campo, porque lo que está bajo nuestro bisturí sigue siendo un paciente.

Sin embargo, creo que este es un sistema que merece prosperar porque permite que sea el conocimiento el que viaje y no los alumnos o los pacientes. Porque nos permite que la formación sanitaria de calidad llegue a todos los rincones del mundo. O al menos eso es lo que se pretende, pues la tecnología evoluciona muy deprisa en el primer mundo, pero hace falta que los equipos y las líneas de conexión al otro lado de la cámara sean suficientemente potentes como para que estas clases o consultas a distancia se conviertan en algo generalizado. Podríamos pensar que en una época económica como la que estamos viviendo este tipo de avances pueden suponer un esfuerzo excesivo que sólo benefician a unos pocos, cuando lo importante es hacer llegar vacunas, medicamentos y asistencia básica, pero creo firmemente que será gracias a avances como éste que millones de personas podrán beneficiarse de una medicina de calidad.

De todas maneras, para conseguirlo es preciso no conformarse con hacer llegar los conocimientos a zonas remotas, a países con serias dificultades para formar a sus médicos y sanitarios e ir más allá, intentando hacer llegar también los recursos que permitan llevar a buen puerto dichos conocimientos.

(Un extracto de este texto fue publicado en mi columna de Diario Médico)