Te levantas por la mañana y mientras te preparas el café ojeas el periódico (digital, lo reconozco). Entonces te encuentras con una noticia que, por más que la conozcas de primera mano, no deja de impactarte: alrededor de un millón de niños mueren cada año durante sus primeras 24 horas tras el nacimiento por no recibir atención sanitaria adecuada y casi tres millones no llegan a cumplir un mes de vida.
Guinea Bissau tiene el triste récord de ser el 5º país del mundo donde los pequeños lo tienen más difícil por sobrevivir.
El informe (Ending Newborn Deaths) lo ha hecho una gran ONG como Save The Children y lo cierto es que pone los pelos de punta porque para mí, como para muchos de los voluntarios y trabajadores de la salud que hemos vivido en primera persona esta triste noticia, esos niños tienen rostro, tienen llanto, tienen madres… no son sólo una estadística. Lo más cruel de todo es que la mayoría de esas pequeñas vidas se podrían salvar con programas de prevención de mortalidad infantil o si hubieran recibido atención sanitaria adecuada a tiempo. Porque 40 millones de mujeres paren sin ayuda de ningún tipo de personal cualificado, y dos millones lo hacen completamente a solas, sin ningún tipo de compañía.
En mi último viaje a Guinea Bissau viví una de las experiencias más difíciles de mi vida. Llegó una madre muy joven que llevaba horas (quizás días) de parto pero que no había acudido al Centro Médico Emanuel, donde trabajamos, porque su marido creía que debía parir en casa, como lo habían hecho todas las mujeres de la familia (es algo habitual). Cuando vio que posiblemente podía perder tanto al bebé como a la madre, los llevó al centro médico. Sin embargo, una vez allí se negó a que pudiéramos hacer una cesárea. Tenía miedo. Lo cierto es que la vida tanto de la madre como del bebé peligraban tanto que decidimos no esperar ningún tipo de permiso y actuamos. El bebé no respiraba. Mientras cosíamos a la madre, el silencio era absoluto. Esperábamos oír un llanto que no llegaba. Finalmente conseguimos entubarlo y gracias a un ambú manual también que respirara. Así que eran nuestras manos las que impulsaban aire a sus diminutos pulmones. Estuvimos horas con él. Al día siguiente decidió no luchar más.
Pero también he conocido el caso contrario. Bebés de días, de horas, abandonados porque su madre murió durante el parto y la familia no se puede hacer cargo de su manutención. Por suerte para ellos, muchos acaban en Casa Emanuel, un centro que podría decir que es un orfanato, pero lo cierto es que es un gran hogar donde se acogen a más de 150 niños.
Sin embargo, y a pesar de la tristeza que puede ocasionar esta noticia, yo me quedo con la parte positiva. No sólo con la de los grandes números que dicen que se ha reducido a la mitad la mortalidad infantil antes de los 5 años desde 1990. Sino también con los pequeños números. Los que nos dicen que en el Centro Médico Emanuel en 2013 atendimos de forma profesional 854 partos, 128 de los cuales acabaron en una cesárea realizada por un médico cualificado; que pudimos llevar el control de gestación de 988 mujeres, que realizamos 730 ecografías para comprobar que el embarazo seguía por buen camino; que atendimos 585 bebés en neonatología, donde se hizo todo lo posible para que sus vidas fueran largas y sanas. Y todo ello dentro del programa de prevención de mortalidad maternal e infantil “Por un parto seguro en Guinea Bissau”.
Sé que estos datos son como pequeñas gotas en un océano inmenso, pero cada una de ellas llevan un nombre, una sonrisa; son gotas que se han conseguido con el trabajo continuo de un grupo de personas que comparten un mismo virus: el de la solidaridad. Por eso me gusta pensar ¿qué pasaría si ese virus nos infectara a todos?
Sinceramente espero que os afecte, si no lo ha hecho ya. Os dejo este enlace para los que decidáis colaborar: apadrinar un niño, por ejemplo, es regalarle un futuro mejor.