Ayer fue el Dia Internacional de la Mujer y, entre copo y copo de nieve, leí una noticia que me impresionó. No por nueva o por desconocida, sino porque siempre te aturde ver por escrito algo que llevas años intuyendo.
Resulta que en África la malaria afecta más a las mujeres que a los hombres. I no es porque el mosquito (bueno la mosquita que es la que pica) que transmite esta enfermedad tenga prejuicios de género, sino porque las mujeres están mucho más expuestas. Esto afecta principalmente a las mujeres embarazadas y a sus futuros bebés que, en demasiadas ocasiones, nacen con graves problemas de salud por culpa de la malaria de su madre.
Pero ¿por qué?. Algunas razones pueden resultarnos obvias: son las mujeres las que preparan las comidas y realizan otros trabajos fuera de casa por la noche o al alba (el mosquito del paludismo sólo pica entre el anochecer y el amanecer). Pero otras tienen que ver con una discriminación de género más intensa: si en casa sólo hay una mosquitera será destinada a la cama del hombre, que no comparte con su esposa si esta está embarazada. Y cuando la mujer enferma, tiene menos posibilidades de acceder a un centro de salud o a la medicación que el hombre, pues los pocos recursos financieros del hogar tienen otras prioridades, y el hombre es una de ellas.
Por eso, cuando algunas personas delante de un micrófono suelta aquello de que “las mujeres ya casi están a la par del hombre”, me pregunto a qué mujeres se refiere, si a las españolas que cobran de media un 25 % menos que los hombres o a las africanas con su poder irrisorio sobre sus propias vidas.