En cada viaje, hay una o dos historias que te marcan especialmente. Todos los pacientes que atendemos tienen una historia detrás, aquí y en todos los lugares del mundo. Pero la de algunas de estas personas son especialmente duras y eso, quieras o no, te acaba calando.
Ayer os presentaba a Evanesser. El pequeño Evanesser con sus tres añitos en los que ya ha sufrido más de lo que nadie debería sufrir en toda su vida. Víctima de una reacción incomprensible de una de las mujeres de su padre que, enfadada con su madre, decidió quemarle los ojitos con ácido. No fue un arrebato en el que coges lo primero que tienes a mano y lo lanzas contra alguien. Fue una acción calculada pues solo quemó los ojitos de Evanesser.
Todo el equipo, a pesar de que los pronósticos nos intentaban hacer ver todo lo contrario, teníamos la esperanza de que Evanesser volvería a ver, aunque fuera con uno de sus ojitos. El otro ya sabíamos, gracias a una ecografía, que no podríamos hacer nada por él. Pero después de pasar por quirófano, nos dimos de bruces con la brutal realidad: no se podía hacer nada. El pequeño Evanesser crecerá como un niño ciego por culpa de la rabia de una persona. No sé. No puedo llegar a entender cómo se puede provocar un dolor tan grande en un niño tan pequeño.
Si Evanesser fue la dura cruz de la moneda, la cara , porque todo tiene su cara, son las dos cesáreas que hemos hecho esta noche. Sí, a las interminables jornadas diarias, se le suma otra de nocturna. Pero qué más da, estamos aquí para eso. Y lo cierto es que es una gozada sentir como un bebé que lo tenía muy mal para venir al mundo, llora con una fuerza que espero le dure toda su vida. Porque en este país, en el que la mortalidad infantil es una de las más altas del planeta, en el un bebé lo tiene muy muy difícil para sobrevivir ni tan solo 24 horas, va a necesitar mucha fuerza para crecer y cumplir 5 años. Porque esa es la barrera en la que se frena aquí la mortalidad infantil.