El canto y las risas de los niños nos han sacudido el sueño de encima. Estoy encartonado y un café nos va a tener que “resucitar”. Veo en la cara de mis compañeros que no están demasiado mejor que yo, pero las ganas de ponernos a trabajar priman sobre nuestro cansancio.Al salir de la zona de voluntarios un montón de críos de Casa Emanuel nos vienen a saludar. Buscan nuestras manos y corresponden a nuestros gestos de cariño con unas presiosas sonrisas. Están de vacaciones de la escuela, ¡¡así que somos su mayor distracción!!
Ya en el hospital, la primera cosa que hay que hacer es comprobar el material del que disponemos. Ismael, el jefe de enfermería, cuida cada instrumental como un tesoro, lo sé. Pero hay que esterilzarlo todo y… ¡¡el autoclave no funciona!! Por un momento pienso que no puede ser. Sin autoclave estamos atados…
Así que nuestro primer paciente va a ser él, el autoclave. En España esto sería tan fácil: llamas al técnico y listo. Pero aquí, es muy distinto.
Traemos una resistencia de recambio (hay que ser previsores) y nos ponemos manos a la obra. Primer intento y nada. Segundo intento y resistencia instalada. Ahora, esperamos con los dedos cruzados a que la resistencia funcione… nadie respira y… sí, ¡¡¡funciona!!!
Nos avisan de que han empezado a llegar algunos pacientes que no teníamos en la lista. Se ha empezado a correr la voz de que estamos aquí, sólo deseo que podamos atenderlos a todos.
Se me enconge el corazón cuando veo a uno de mis pacientes. Es un niño pequeño con graves quedamuras en la mitad de la cara. Tiene la mirada asustada, más por ver a un médico blanco que por el dolor que le pueda causar. Sé que estos niños tienen una fortaleza increíble. Me ofrece su mano y veo que es sólo un muñón por culpa del fuego. Ese muñón significa muchas cosas en esta tierra: es dolor presente y futuro. Porque un niño sin una mano, es un niño que no podrá trabajar y que supondrá una carga para su familia. Una carga que no todas las familias pueden asumir.
Trago saliva y le sonrío. Él sólo me mira fijamente, sin peticiones ni reproches. Una mirada que no podré borrar de mi mente en el resto del día.
El sol se esconde tan deprisa como sale, pero nos deja su calor fatigante. Necesito una ducha. Sé que sin lujos, sin agua caliente… de hecho, sin ducha, porque el agua hoy no llega y nos conformamos con remojarnos con un cazo y el agua que nos han dejado en unos bidones. Lo cierto es que este agua, me sabe a gloria.