El de Caitlyn es un caso que me ha traído el recuerdo de una querida paciente que, tras su diagnóstico de cáncer hepático con una esperanza de vida de 2 años, decidió decírselo a su esposa y a sus hijos. Había vivido toda su vida con unos genitales que, según ella, no le identificaban y nunca, hasta entonces, había reunido el valor suficiente para dar ese paso. En la época preconstitucional por miedo a las consecuencias legales. Después, por pánico a perder lo que tenía. Fue ese diagnóstico el que le empujo a decirme: “doctor, quiero vivir mis últimos días como lo que he sentido siempre que soy, una mujer.”
Los dos, claros ejemplos de lucha, de batalla por fin ganada después de años de silencio. Y también ejemplo, desde el otro lado, de que aún somos una sociedad que tiene mucho que evolucionar humanamente para no permitir que haya gente que no sienta la libertad de reclamar su verdadera identidad de género. Y eso es algo que nos debería llevar “al rincón de pensar.”
Para Caitlyn, su pasado como atleta con grandes logros y reconocimientos, producto de la disciplina, de los duros entrenamientos y del espíritu de sacrificio que acompaña a los deportistas de élite, la han hecho seguramente lo suficientemente fuerte como para sentirse ahora capaz de soportar comentarios, burlas o motes tal y como ella misma expresó en su discurso. Pero pidió comprensión y apoyo para los pequeños, adolescentes y jóvenes que se cuestionan su identidad sexual. Algo que aparece, en muchas ocasiones, a los dos o tres años de vida.
No siempre hay mala intención. A veces es solo desconocimiento e ignorancia. Pero eso no nos puede excusar viviendo en una sociedad en continua evolución y donde todos tenemos acceso a la información. Deberíamos no poner etiquetas. Ni tan siquiera la de transexuales para el resto de sus vidas. Y tan solo reconocerles como esos hombres y mujeres que realmente son, porque así se sienten.
Como médico, al detectar que alguien que llega a mi consulta está sufriendo por algo que le atormenta y una acción mía puede liberarle, normalizar su vida y hacerle sentir feliz, es lo que verdaderamente me importa. Lo que está claro, es que no se puede frivolizar la transexualidad y considerarla una moda, una mala época de una persona o una fase de experiementación. Pero, la realidad nos dice que el fenómeno de la transexualidad está reflejado en todas las culturas y a lo largo de los tiempos. A veces ha sido idolatrada y otras, la causa de marginación y rechazo para quien la vivía.
Al comprobar en 2009 la repercusión e interés mediático que tuvo la primera intervención que llevé a cabo a una menor, me di cuenta de que aún queda mucho por hacer. Por aprender. Aunque lentos y a veces batallando, vamos mejorando paso a paso como sociedad. Igual que en medicina.
¿Cuál es el futuro de estas intervenciones? El futuro está en mejorar las técnicas de cirugía de afirmación de genital para aquellas personas que la desean y la reclaman, del futuro está en una atención más especializada y, sobre todo, en poder ofrecer un abordaje desde un punto de vista amplio, abarcando toda la salud de la persona, tanto física como emocional.
Y para acabar, sin ningún género de duda, deberíamos tener claro, al menos, estas conclusiones:
- Las personas trans deben recibir ayuda cuando la solicitan para mejorar su salud en todos los campos.
- Dado que tenemos un sistema de salud universal debe incluir su tratamiento como otros procesos de salud (y ya razoné el por qué en otro post de hace algún tiempo).
- El tratamiento de las personas trans precisa de valentía política, legislativa y científica.