Ayer se celebraba el Día Internacional de la Solidaridad y con los tiempos que corren más que un día deberíamos dedicarle un año (¡o quizás dos!) pues creo que si todos entendiéramos qué significa ser solidario, todos saldríamos beneficiados.
Cuando hablamos de solidaridad muchos piensan en algo lejano que requiere de mucho esfuerzo o de mucho dinero, sin darse cuenta que es una actitud de vida, una capacidad de compartir aquello que tenemos con personas que no tienen tanta suerte como nosotros.
Soy de los que creo que el ser humano siente más inclinación a ayudar a otras personas que a hacerles daño, aunque los telediarios se empeñen cada día en quitarme la razón. Creo firmemente en que si educamos con valores a nuestros hijos, a nuestros alumnos… en definitiva, a las generaciones que están llegando, si les enseñamos que deben poner de su parte y no echarse a un lado, que la empatía hacia otras personas debe servirnos para ser más felices y hacer más felices a los que nos rodean… ayudaremos a construir un lugar más digno y acogedor para todos nosotros.
Siento ponerme tan filosófico, pero es que hoy nos hemos puesto a hacer una lista del material que necesitamos para el Hospital de Guinea Bissau (¡que es mucho!), para enviarlo en un contenedor que saldrá a finales de septiembre, y aquella mezcla de sentimientos se han vuelto a agolpar bajo mi piel. Sabemos que no lo conseguiremos todo, es evidente teniendo en cuenta los malos tiempos que vivimos, pero me sigue conmoviendo como algunas familias que van “muy justitas” a final de mes hacen un gran esfuerzo para enviarnos 20 euros para gasas. Saben que eso a fin de cuentas es lo que vale: compartir lo que tienen y saber que ellos también colaboran a construir un futuro mejor para todos. A ellos y a todos los que hacen ese esfuerzo, ya sea con nosotros o con aquella vecina que lo está pasando tan mal, o aquella persona mayor que se siente tan sola, a todos digo: MUCHAS GRACIAS.